Cada septiembre, cuando se acercan las fiestas del Milagro en Salta, vuelve a renacer una historia que marcó al Valle de Lerma: la de Fatiga, el perro peregrino que durante más de una década acompañó procesiones, misas y celebraciones religiosas. Su partida, en una tarde de otoño de 2018, dejó un silencio profundo en La Merced, el pueblo que lo vio crecer y lo despidió como a un hijo.
Fatiga no fue un perro cualquiera. Nadie sabía con certeza su edad, algunos decían que tenía más de 20 años, otros que apenas 17. Lo cierto es que, ya anciano y cansado, eligió descansar en paz en el mismo lugar donde había conquistado corazones. Desde muy joven se destacó por algo inexplicable: aparecía solo en cada misa importante, se sumaba a peregrinaciones y caminaba entre los fieles como si entendiera el significado de cada ritual.
Su presencia se volvió tradición en la peregrinación al Señor y la Virgen del Milagro, recorriendo el trayecto desde La Merced hasta la capital junto a miles de creyentes. También era un visitante fiel en Sumalao y en cada festividad local. “Nadie lo llamaba, pero siempre sabía cuándo y dónde estar”, recuerdan los vecinos, todavía asombrados por aquella devoción silenciosa.
Antes de su partida, el pueblo lo homenajeó como a un verdadero símbolo. Frente a la parroquia de La Merced se levantó un monumento tallado en madera por el artista Pablo Farfán, y en la rotonda de Limache un mural lo inmortalizó caminando entre peregrinos rumbo al Milagro. Fatiga no solo fue un perro de la calle: se transformó en parte de la fe popular, un guardián manso que encabezaba desfiles y procesiones.
Su muerte fue un golpe duro para toda la comunidad. La noticia recorrió el Valle de Lerma y dejó lágrimas en quienes lo habían acompañado en cada camino de fe. Sin embargo, Fatiga no desapareció: su recuerdo sigue vivo en cada campanada, en cada peregrinación y en cada historia que se cuenta al calor de las festividades religiosas.
Hoy, Fatiga ya no camina las calles de La Merced, pero su figura se convirtió en leyenda. Es la memoria viva de un pueblo que lo adoptó como propio, y un símbolo de la fidelidad y la devoción que trasciende incluso las fronteras de lo humano.